lunes, enero 11, 2010

Más humanos que los humanos

¿Pueden pensar las máquinas? Ésta es una pregunta que ya se planteó en los años 50, uno de los pioneros en intentar contestarla o al menos en plantearla de manera menos ambigua fue el matemático Alan Turing (*). Para Turing un ordenador podría ser considerado inteligente si fuera capaz de vencer a un interrogador en un juego de imitación diseñado por él y ahora llamado Test de Turing. Esta prueba consiste en que un interrogador realiza una serie de preguntas a un sujeto (humano o máquina) y después de un tiempo prudencial, el interrogador debería ser capaz de averiguar la naturaleza del sujeto. Esta prueba se realizaría a través de una pantalla y un teclado para ocultar la apariencia física del sujeto a evaluar y en el caso de que una máquina fuera capaz de engañar al interrogador, esto sería la prueba de su inteligencia. Evidentemente, el ordenador debería estar programado para poder mentir, cualidad muy humana al fin y al cabo, por ejemplo fingiendo que los cálculos matemáticos le cuestan más tiempo del que realmente emplea.

Como vemos, Turing prescindió de cualquier tipo de filosofía en su definición de inteligencia artificial, si no somos capaces de distinguirla de la humana, esto significa que a efectos prácticos es igual, independientemente de su naturaleza. Esto es la definición de IA fuerte, una definición que no todos los autores comparten, pues para algunos la IA no puede existir, ya que debería incluir sentimientos, cosa imposible para una máquina.

Sobre el tema de los sentimientos en las máquinas, también se han pronunciado bastantes autores, uno de ellos, Penrose (**) explica la siguiente situación: imaginemos un pequeño robot, con un sensor que le indique cuando debe recargar sus baterías, este robot realizaría sus funciones hasta que su sensor le indicara que necesita energía, momento en el que intentaría desplazarse hasta el lugar donde se recargaran sus baterías, pues su programación estaría haciéndole sentir hambre. Además existen robots programados para preferir la compañía de otros robots, lo que provoca en ellos un sentimiento gregario. Entonces, se pregunta Penrose: ¿Es posible crear mediante una programación algo similar a un sentimiento? Porque ¿quién puede decir que el hambre de energía de ese robot es distinta de nuestra hambre? E incluso: ¿Son nuestros sentimientos también parte de una programación, en este caso biológica?

Contra esta afirmación, poco podría aducirse, las neuronas funcionan mediante corrientes eléctricas, existiendo dos estados: con corriente o sin corriente, es decir, 1 o 0. Esto es peligrosamente parecido al funcionamiento de un ordenador, porque al menos teóricamente se podría copiar el funcionamiento de nuestro cerebro mediante un algoritmo o programa.

Y si esto fuera posible, las implicaciones serían más siniestras todavía, pues podría guardarse nuestra personalidad en un archivo e incluso hacer correr este programa en cualquier ordenador con la potencia suficiente.

La realidad es que nuestro cerebro cambia con el tiempo sus conexiones cerebrales y con ello su “programación”, con lo que el ordenador que lo imitara debería ser capaz de cambiar su hardware y su software constantemente y además hacerlo en la misma dirección que nuestro cerebro. Esto hace que no pueda existir un programa que tuviera en cuenta todas las posibles reacciones de nuestro cerebro, o eso quiero creer.

(*) A.M. Turing (1950) Computing Machinery and Intelligence. Mind 49: 433-460

(**) Roger Penrose (1991) La nueva mente del Emperador.

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martes, octubre 27, 2009

La homeopatía o el poder curativo del agua - fundamentos

Por si a alguien le quedan todavía dudas sobre la homeopatía después de mi anterior artículo, o simplemente para saber un poco más, ahí van de forma resumida su nacimiento, principios y protocolos de actuación.

Allá por los comienzos del 1800, mientras traducía un texto médico en el que se describían los efectos de la quinina en la curación de fiebres intermitentes, a Samuel Friedrich Hahnemann se le ocurrió autoadministrarse, estando sano, elevadas dosis de este medicamento para experimentar su reacción. El resultado conseguido fue doble: la inducción de un estado febril por un lado, y por otro, la elaboración de su Ley de similitud, según la cual:
- Toda sustancia activa farmacológicamente induce en individuos sanos una serie de síntomas característicos.
- Todo individuo enfermo presenta una serie de síntomas.
- La curación puede alcanzarse mediante la administración de pequeñas dosis de la sustancia con efectos similares a los síntomas de la enfermedad.

Sí, sé lo que parece. ¿Qué fundamento o lógica tiene esto? En su defensa diré que si esta hipótesis la situamos en una época en la que las sangrías eran un tratamiento habitual, no parece tan descabellada como a la luz del Siglo XXI, donde suena poco menos que ridícula.
Pero los estudios que dieron lugar a la homeopatía no terminaron aquí. Hahnemann y sus seguidores también observaron que, si se le administraba a un ratón arsénico, presentaba espasmos similares a los de la epilepsia, antes de llegar a dosis que puedan provocarle la muerte, por supuesto. Además, si las dosis eran más reducidas, los espasmos también eran menores, hasta llegar a una dosis mínima que ya no producía efecto alguno. ¿Extraño? Para nada, es exactamente el mismo resultado que si no se le administrase nada, justo lo que se ha hecho al diluir tanto. Ésta es (o debería ser) hoy día la conclusión obvia, pero en aquellos tiempos los condujo al 2º principio básico de la homeopatía, el de las dosis infinitesimales:
- Cualquier producto elaborado para administrar a un paciente consiste en una pequeña proporción de la sustancia activa, diluida repetidamente hasta que prácticamente no queda nada de ella en el preparado.

La explicación que se le da a que “cuando ya no quede nada de la sustancia activa” el preparado continúe siendo eficaz, es que el disolvente en el que se prepara el tratamiento, generalmente agua, “memoriza” las características de la sustancia activa evitando su toxicidad. Por este motivo el agua permitiría curar, tras haber estado en contacto con el ingrediente adecuado, sin necesidad de requerir ya su presencia. Qué decir a esto, uno se queda sin palabras… ante semejante absurdo. Hasta donde yo sé, las moléculas de agua son eso, moléculas de agua, con sus características propias, y el resto de ingredientes están o no están. Si todas las moléculas tuviesen que “recordar” a quien han tenido al lado en algún momento…
Y no contentas con “recordar”, las moléculas además deben tener una memoria selectiva, para evitar la toxicidad.

Prosiguiendo con la forma de trabajo de la homeopatía, ésta no se enfoca a tratar las enfermedades, sino sus síntomas. Según esto, y si no entiendo mal, ya que mi fuerte no es la medicina, no importaría el porqué no puedes respirar, se limitarían a tratar el síntoma. Entiendo pues que no se considera importante para solucionarlas homeopáticamente si se trata de asma alérgico o es que tienes alguna infección pulmonar, por ejemplo. A mí, personalmente, y desde la ignorancia, sí me parece relevante, más que nada por solucionar el problema que origina el síntoma y no “parchear”. Ah, es que quizá el problema sea que este tipo de patologías no son adecuadas para tratarse mediante esta práctica. Pero personalmente no me merece ninguna confianza una “medicina alternativa” que solamente funciona “a veces”, para según qué.

Conociendo estos principios en los que se fundamenta la homeopatía, ¿alguien la toma en serio todavía? Para quienes todavía tengan dudas porque conocen a no-se-quien que la probó para no-se-qué y le fue muy bien sólo añadiré una cosa más: el efecto placebo existe. En los estudios médicos siempre se introducen placebos para tener una referencia de pacientes sin tratar, y los porcentajes de mejoría pueden llegar prácticamente a un 50% en enfermedades psicológicas o, lo que puede resultar más sorprendente, hasta un 20% en algo que parece tan tangible como es el tratamiento del dolor, por poner un par de ejemplos. El porcentaje de mejora por efecto placebo varía en función de la enfermedad tratada, pero siempre existe. Y esto sin tener en cuenta que las enfermedades más comunes, como un catarro, suelen curarse “espontáneamente” sin más complicaciones sólo concediéndole al organismo el tiempo suficiente.

Personalmente no puedo creer en lo que para mí solamente es “el poder curativo del agua” y, sinceramente, para creer en la magia, prefiero ver algún buen espectáculo de Tamariz o Pardo.

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martes, octubre 06, 2009

La homeopatía o el poder curativo del agua

¿Quién no odia la química? Continuamente somos bombardeados con informaciones o, muchas veces desinformaciones, al respecto de los peligros que entraña la misma. Contaminación ambiental, especies en vías de extinción, nuevas enfermedades… vaya, a la química se considera culpable prácticamente de casi todos los males del mundo.

La química es mala y, por extensión, también lo son los medicamentos, que no dejan de ser química aplicada. Esto nos lleva a la cuestión que nos ocupa: ¿por qué tomar pastillas, jarabes y demás pudiendo solucionar el problema por medios “naturales”? Además, ¿qué desventaja puede tener recurrir a una solución “totalmente natural” y nada agresiva? Esto es exactamente lo que nos vende la homeopatía, que se sitúa a sí misma lejos de medicina tradicional, tan inundada de todos esos “compuestos químicos artificiales” y, muchas veces, perjudiciales. Como pienso que no es recomendable creer nada sin entenderlo primero, ahondemos un poco en la homeopatía y sus fundamentos antes de cerrar los ojos y dejar que obre en nosotros su milagro.

Tras investigar los orígenes y evolución de la homeopatía llegamos a su segundo principio, que nos explica cómo funcionan sus tratamientos, y que dice así:
- Cualquier producto elaborado para administrar a un paciente consiste en una pequeña proporción de la sustancia activa, diluida repetidamente hasta que prácticamente no queda nada de ella en el preparado.
Los mismos homeópatas y defensores de esta práctica reconocen que al nivel de dilución al que se trabaja, ya no queda nada del principio activo en el preparado. ¿Cómo explican pues que funcionen sus tratamientos? Fácilmente: el agua o la sustancia seleccionada para realizar el preparado “memoriza las características de la sustancia activa evitando su toxicidad”.
¡¡¿CÓMO?!! Esta explicación es de un absurdo tan grande que cuando lo leí no podía creerlo, ¡EN PLENO SIGLO XXI! Sí, los defensores de la homeopatía lo reconocen, así, sin esconderlo ni disimularlo. Por si alguien todavía no se ha enterado: NO, las moléculas de agua NO tienen cerebro, ni por tanto, voluntad, así que NO pueden recordar nada, ni mucho menos elegir lo que recuerdan y lo que desechan. De hecho, si aceptásemos que esto puede tener algo de verdad ¿quién le dice al agua qué es la parte “buena” y cuál la tóxica? Además, según esta misma razón ¿serían las aguas residuales las mejores para beber? Siempre después de su correspondiente dilución. Cuanto más “camino” lleven recorrido mejor ¿no? Así, tras “diluirlas” debidamente, “recordarán” todo lo bueno de “todo” aquello con lo que han estado en contacto y nada de lo malo (aunque no creo que los microorganismos patógenos compartan esta forma de ver las cosas). Y pensar que después dedicamos tanto tiempo a elegir la mejor marca de agua embotellada en el supermercado. Pero, otra duda: ¿en qué momento hace “reset” al agua? Porque en la naturaleza sigue un ciclo, ¿en qué momento deja de recordar para volver a empezar?

Bromas aparte, para entendernos, estos remedios tienen menos efecto que si tiras una aspirina al agua de una piscina olímpica y, después de un trago, esperas a que te quiete el dolor de cabeza. Las sustancias están o no. Las moléculas de agua no se ven afectadas por la dilución de principios activos. Teniendo esto claro, ¿a alguien se le puede ocurrir tomar la homeopatía en serio por un solo momento? Puede haber quien quiera otorgarle el beneficio de la duda, o incluso defenderla, alegando un “elevado porcentaje de curación”. Esto podría estar bien de no ser porque el porcentaje de mejoría en pacientes tratados con placebos, es decir: con nada que pueda afectar a la mejoría de cualquiera que sea su trastorno; puede llegar prácticamente a un 50% en enfermedades psicológicas, o hasta un 20% en tratamientos del dolor, sólo por poner un par de ejemplos. Los estudios médicos pueden ser como las encuestas, si se llevan a cabo rigurosamente te llevan a conclusiones correctas, pero si lo prefieres puedes obtener el resultado que más te convenga.Así que, llamadme rara, pero prefiero dejar los actos de fe y los milagros para la Iglesia. Personalmente si alguna vez acudo al “médico” y me ofrece un “tratamiento homeopático” pienso salir corriendo tan rápido como me sea posible y, preferiblemente sin pagar.
Bibliografía:
Shang, A., Huwiler-Muntener, K., Nartey, L., Juni, P., Dorig, S., Sterne, J. A., Pewsner, D. & Egger, M. (2005). «Are the clinical effects of homoeopathy placebo effects? Comparative study of placebo-controlled trials of homoeopathy and allopathy». Lancet 366 (9487): 726-32.

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jueves, septiembre 17, 2009

Malos conductores

Con este título, muchos de vosotros estaréis pensando que voy a hablar de alcohol y conducción, y habréis acertado a medias, voy a hablar de alcohol y conductividad… eléctrica.

El alcohol es un mal conductor de la electricidad, es decir, que ejerce una gran resistencia a la transmisión de la corriente eléctrica a través de él, esto que parece que no nos afecta demasiado en nuestra vida cotidiana es un efecto que muchos de nosotros notamos más veces de lo que esperáis. Pero antes de explicaros esto, permitidme una pequeña introducción:

El alcohol que consumimos en las bebidas recibe el nombre de etanol, y es producido por fermentación o destilación de los frutos de diferentes plantas o cereales. Las bebidas alcohólicas contienen distintas concentraciones de etanol, mientras la cerveza suele contener un 5%, algunos licores como el vodka contienen un 40%. También existe de manera natural en nuestro organismo, ya que es producido a partir de los hidratos de carbono por las bacterias y levaduras presentes en nuestro intestino, algo curioso, ya que también actúa para nuestro cuerpo como una toxina, de hecho es la intoxicación producida por una sustancia extraña al cuerpo más frecuente.
Cuando consumimos alguna de estas bebidas el alcohol pasa del intestino al flujo sanguíneo. A partir de ahí nuestro cuerpo comienza a asimilarlo. La velocidad a la que nuestro organismo puede asimilar el alcohol depende de algunos factores como nuestro peso, sexo, o estado de nuestro hígado. De modo que sus efectos se dejarán ver más pronto o más tarde y, durante más o menos tiempo en función de estos factores.

El alcohol es capaz de pasar la barrera hematoencefálica, lo que significa que pasa del flujo sanguíneo a nuestro cerebro, donde se añade al líquido que hay entre nuestras células nerviosas. Como hemos visto al principio, el alcohol es un mal conductor de la electricidad, lo que modifica la conductividad eléctrica de dicho líquido, interfiriendo en el movimiento de las señales eléctricas a lo largo de las fibras nerviosas. Estas señales eléctricas, que no son otra cosa que nuestros pensamientos y las órdenes que nuestro cerebro da a nuestro cuerpo, debido al alcohol se transmiten más lentamente, haciendo que reaccionemos y nos movamos de manera lenta y torpe.

Con lo que ya hemos llegado a la idea principal de este artículo, que es que la baja conductividad eléctrica del alcohol, que lo hace un mal conductor, también nos convierte a nosotros en malos conductores, entre otras cosas.

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lunes, octubre 17, 2005

La gripe

Hoy he oído una noticia sobre la “gripe del pollo”, en la que especulaban sobre la posibilidad de que se produjese una mutación capaz de infectar a los humanos, contagiarse de unos a otros y provocar así una epidemia mundial. El tono con el que se trataba la noticia era algo catastrofista, teniendo en cuenta que se trata de una posibilidad, aunque se trate de una posibilidad real. Aunque la mutación se produjese tampoco creo que deba ser necesariamente mortal, pero esto no sería noticia. Después, de pasada comunican que las Autoridades Sanitarias recomiendan únicamente la vacunación de los grupos de riesgo. ¿Acaso alguien tiene ya la vacuna contra un virus hipotético que todavía no existe? Supongo que lo que han olvidado contar es que la campaña de vacunación contra la gripe es la habitual, la de todos los años y no tiene nada que ver con su “hipotético virus” y por ese motivo no se recomienda la vacunación masiva. Si las autoridades no quieren alarmar a la población lo tienen complicado con esa ayuda.

¿Nadie se toma la molestia de documentarse antes de dar una información o lo que se pretende es crear alarma?

martes, octubre 11, 2005

El Calcio que viene de la leche

Hace algún tiempo había un anuncio en televisión que no dejaba de obsesionarme cada vez que lo veía. El spot publicitaba una marca de leche y declaraba ser enriquecida con “calcio que viene de la leche”.

La materia, las sustancias, nosotros mismos, todo está formado por átomos combinados de forma más o menos compleja. Puede resultar sorprendente pero todo lo que existe se reduce a combinaciones más o menos complejas de unos pocos elementos químicos, los recopilados en la tabla periódica. También hay que tener en cuenta que todos los átomos del mismo elemento son iguales. Así los átomos de carbono que componen un diamante son exactamente iguales a los que forman el grafito de la mina de un lápiz o los que están formando parte de nuestro propio organismo, podríamos intercambiarlos sin que se notase nada. Si, por poner un ejemplo, me compro un coche, podré personalizármelo, pintarlo como quiera, colgarle tonterías, incluso tunearlo y ese coche será diferente de los demás fabricados como él. A diferencia de los vehículos, y pese a ser una pena en algunas ocasiones, a los átomos no se les puede colocar ningún “lacito”(1) para poder reconocerlos después de entre la multitud de átomos indistinguibles que son de su mismo tipo, así que ni a nosotros ni al compuesto vaya a formar ese átomo le va a importar de dónde venga, el resto de átomos no son tan rencorosos...

Aclarado este punto ¿Por qué a alguien debería importarle que el calcio de la leche venga sólo de la leche, como anunciaban en ese spot? ¡Si todos los átomos de calcio son iguales! La única explicación que se me ocurre a este comentario, y siendo ya muy purista, es que “alguien” extrajese el calcio de “algún lugar o compuesto” y no se molestara en purificarlo, incluyendo así cualquier “contaminante” que lo acompañase y transmitiéndolo al producto. Pero personalmente, este simple comentario me despierta algunas dudas. ¿Acaso la leche ya lleva todo ese calcio que parecen anunciarnos como un valor extra añadido? ¿o quizá nos venden otra leche a la que le han quitado el calcio, para poder añadírselo a esa? porque tirarla no creo... Bueno a pensar sobre ello, al menos a mí no deja de rondarme, hasta el próximo tema.

domingo, julio 03, 2005

La belleza matemática de las flores

Solemos contemplar la naturaleza como una sucesión caótica e inexplicable de formas que se resisten a ser analizadas por el indecente escrutinio de la ciencia. Esto se explicó en el artículo “¿Son las ciencias exactas?”, pero la relación entre la naturaleza y las matemáticas nos puede dar alguna sorpresa.

Sobre el año 1200 un matemático italiano, Leonardo de Pisa, más conocido como Fibonacci, investigó el crecimiento de una población de conejos en condiciones ideales, llegando a una sucesión de números conocida como la serie de Fibonacci.

Esta sucesión, a pesar de haber simplificado mucho el problema (cada pareja de conejos tiene sólo 2 hijos, son fértiles exactamente al mes de nacer, ...) , daba de manera bastante aproximada el número de parejas de conejos de cada generación y tenía la ventaja de que para saber el siguiente número sólo había que sumar los dos anteriores.

0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, ...

Incluso, 700 años después, se comprobó que esta sucesión de números era aplicable a la población de vacas. Quizá esto signifique que la naturaleza no sea tan caótica después de todo, y puede que al observarla mejor se puedan encontrar nuevos patrones de comportamiento. ¿Nuevos? Sigamos con la serie de Fibonacci,

Si trazamos un rectángulo en el que sus lados sean los primeros números de esta serie (1x1) y alrededor un rectángulo cuyos lados sean los siguientes números (1x2) y así sucesivamente,( 2x3, 3x5, 5x8,...) tenemos esta figura:







Si trazamos una curva que una sus vértices tenemos esta espiral:

que en principio puede no parecer muy sorprendente, pero si la comparamos con una concha de caracol empieza a hacer que dudemos de lo caótico de la naturaleza ¿No?










Vayamos más allá, esta espiral aparece muchas más veces en la naturaleza de lo que nos hemos dado cuenta hasta ahora.

Cojamos una piña, si vemos su parte de atrás podemos observar que sus placas forman espirales hacia derecha e izquierda. Los menos valientes deberían de dejar de leer ahora mismo, contemos las espirales hacia ambos lados, sus resultados son sorprendentemente dos números de la serie de Fibonacci.



¿Y qué pasa con las flores? Una flor no es como una piña, es algo hermoso que ha cautivado a poetas y enamorados, y todo el mundo sabe que no hay dos iguales. Pues para empezar cojamos un girasol, sólo porque sus semillas son más fáciles de contar que en otro tipo de flores. Si miramos atentamente las pipas vemos aparecer de nuevo la espiral, mejor dicho infinidad de espirales en ambas direcciones. Si contamos las espirales creo que no nos sorprenderemos al comprobar que los dichosos números de Fibonacci entran de nuevo en escena, y otra vez más si contamos el número total de pipas de cada girasol. Como el número de espirales es tan grande (144, 233, 377,...) es fácil, con un poco de práctica, distinguir entre los girasoles que tienen un cierto número de espirales y los que tienen otro número, porque su diferencia de tamaño también es grande.


Lo mismo va a suceder con el número de pétalos de los girasoles, y no solo eso, también otras flores, como las margaritas están sujetas a la serie de Fibonacci.

Para aquellos que piensen que esto rompe el romanticismo de la naturaleza, sólo han de contemplar las posibilidades que abre. La próxima vez que estéis locamente enamorados, elegid una margarita del número de pétalos adecuado de la serie de Fibonacci y al preguntarle si la otra persona os quiere, os dará la respuesta correcta.

J.M.R.

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